Robots Sexuales Implicaciones sociales y éticas
Robots Sexuales Implicaciones sociales y éticas
  •   19/03/2018
  •   Noticias y Eventos
  •   Redacción Biblioinforma

¿Robots sexuales? Si hasta hace poco hablar de este tema nos remitía a la ciencia ficción, los avances actuales en dildónica, robótica e inteligencia artificial nos muestran un panorama más realista en el que ya podemos encontrar algunos prototipos de tales máquinas. Por ello, resulta obvio que necesitamos con urgencia estudios que analicen el fenómeno desde diversos ámbitos, ya sea desde la psicología, la legalidad o la ética. El año pasado fue prolífico en este sentido, puesto que al informe pionero Our sexual future with robots, de la Fundación para la Robótica Responsable, se le sumó la presente obra.

Siendo la robótica un fenómeno más desarrollado en Asia (especialmente en Japón, Corea del Sur y China) que en Europa o EE.UU., debemos preguntarnos por la autoría del libro. Además, teniendo en cuenta que la sexualidad es un fenómeno eminentemente cultural, es importante clarificar quién y cómo realiza el estudio (sesgado). La autoría se reparte entre 18 personas que redactan 15 capítulos, siendo los autores 11 estadounidenses y 7 europeos, de los cuales 12 son hombres (7 estadounidenses y 5 europeos) y 6, mujeres (4 estadounidenses y 2 europeas). Escriben capítulos en solitario 7 hombres y 4 mujeres. Vemos, por tanto, un dominio estadounidense y masculino en las voces de los expertos. Sus especialidades son generalmente humanísticas —nada raro en un libro sobre ética y sociedad—, con una perturbadora presencia de especialistas en religión (Thomas Arnold, John Danaher, Noreen Herzfeld).

El libro está dividido en seis secciones que comienzan con una introducción al tema y continúan con la defensa del sexo robótico, los retos del sexo con robots, la perspectiva del propio robot, la posibilidad del amor robótico y, finalmente, el futuro de la robótica sexual. Pero, antes de continuar, debo explicar algo: uno de los retos del libro debería ser no tanto discutir sobre la relación entre sexualidad humana y robots, sino definir qué es la propia sexualidad humana. Tras ello, sería posible analizar las correlaciones, interacciones y puntos de encuentro sexual entre robots y humanos. Sin embargo, este primer paso, eminentemente biológico pero más aún cultural, no se da en la obra. Cada autor tiene su propia batalla y funda sus disquisiciones en una visión reducida e incompleta de lo sexual humano. Se echa en falta un capítulo de pura antropología o psicología de la sexualidad como punto de partida para las distintas (y comprensibles) disensiones. Pero vayamos por partes y analicemos los contenidos de cada sección.

«Introducción al sexo robótico» plantea una pregunta simple pero clave: ¿qué es el sexo con robots? De hecho, ¿existen robots sexuales? Tras un breve repaso a los instrumentos sexuales, cuyos antecedentes se remontan al falo esculpido en piedra de 28.000 años de antigüedad encontrado en las cavernas de Hohle Fels, en Alemania, se define el robot sexual como una máquina empleada con fines sexuales y que es humanoide, con comportamiento o movimiento humano y con cierto grado de inteligencia artificial. Puesto que tales condiciones no las cumple en nuestros días ningún robot, todo el libro se moverá entre el repaso de la ciencia ficción y los relatos hipotéticos usados como «estudios de caso» (más bien, experimentos mentales).

Los problemas éticos se ven delimitados aquí a tres aspectos: beneficios y perjuicios para los robots; beneficios y perjuicios para los humanos, y beneficios y perjuicios para la sociedad. En estos debates hay implícito un aspecto fundamental: ¿son los robots agentes autónomos o sujetos con derechos? De nuevo, en el libro se plantean problemas posibles, aunque este estadio se encuentre aún muy lejos de la realidad que vivimos. Incluso se habla de la imposibilidad de tal horizonte, puesto que los robots deberían ser siempre esclavos, algo que creo que choca con los avances contemporáneos en los debates sobre los derechos de las «personas no humanas» (como los chimpancés, tal y como defienden Jane Goodall, Richard Dawkins, Peter Singer o Steven Wise). Creo que debe tenerse claro que, en el horizonte de la identidad, la consciencia y la personalidad, los robots inteligentes entrarán de pleno derecho en tal categoría de personas no humanas. Finalmente, Mark Migotti y Nicole Wyatt defienden que, al no existir agencia por parte del robot, el sexo con robots es en realidad una masturbación asistida, e introducen al mismo tiempo nuevas nociones en el debate sobre sexualidad robótica (consentimiento, fidelidad, religión, reglas sexuales, pornografía, trabajo sexual y lazos emocionales, entre otros) sin considerar la variabilidad cultural de los mismos.

En «En defensa del sexo con robots», tras repasar los argumentos de Stuart Mill, Santo Tomás de Aquino, Kant, Amarya Sen o Martha Nussbaum, Neil MacArthur propone una teoría de la distribución equitativa del placer. Por distintas causas (demográficas, geográficas, por minusvalías, problemas psicológicos, contextos laborales, ancianidad, etcétera), muchas personas no tienen vida sexual o esta no es plena. Los robots podrían ayudar a tales individuos. Asimismo, si estuvieran bien diseñados, podrían ayudar a las personas a entender la sexualidad humana o incluso a clarificar su propia sexualidad sin dañar a nadie.

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